Los caminos de la vida, aunque esta introducción suene a una alegoría vallenata, suelen estar caracterizados por múltiples encrucijadas que en cada tramo se nos presentan, como para probarnos que lo que acontezca depende, ante todo, de nuestra decisión.
Las decisiones que tomamos a cada paso no son más que una corroboración de la categoría del libre albedrío de la que se habla en los libros que sustentan la mitología religiosa judía. Avanzar por una calle y no otra, tomar un bus o un taxi, elegir tal o cual comida, éste o aquel ropaje, una u otra palabra, ésta y no aquella pareja, son decisiones, pequeñas algunas, grandes y trascendentes otras, gracias a las cuales el curso de nuestras existencias puede llegar a tener un giro sorprendente, no siempre bueno, no siempre malo, unas veces perjudicial y otras más bien conveniente.
Hay elecciones como la de tomar la decisión de con quién vivir juntos, en pareja, que se supone será algo de por vida. Pero es una de las que más equivocaciones acarrean a los seres humanos, por el hecho de que convivir con otra persona es una de las tareas más difíciles a las que nos enfrentamos. Se trata de una opción de vida para lo cual hay que meditar lo suficiente, pues de ello depende mucho del bienestar que podamos o no tener en adelante. Es obvio que lo ideal debería ser que quienes decidan unir sus existencias lo hagan enamorados uno del otro. Es una especie de condición lógica y natural. Pero además de ello, lo recomendable es que ambos se conozcan y se respeten lo suficiente como para emprender el reto que tienen por delante. Los demás elementos son importantes, pero podría catalogárselos como accesorios y básicos.
Cuando no existe esta condición o se carece de una de sus vertientes, amor, respeto y conocimiento, es como emprender un vuelo sin el suficiente combustible. Y ya sabemos lo que acontece con una nave cuando aquello le falta: la catástrofe. Es más, los tres elementos se resumen solo en uno, del que tanto se habla hasta llegar al mismo hastío, pero en fin de cuentas real: amor. Y unir mi vida, tu vida, la suya, la de ustedes, la de él y la de ella, la de ellos por otro motivo que no sea aquél, es simplemente una necedad de los sentidos perturbados, confundidos.
Bondad, cariño, admiración, agradecimiento no pasan de pretextos con los que se cubre una dolorosa falta de amor a la que se quiere disfrazar. Con el tiempo, como todo en la vida, habrá que pagar el precio, y a veces éste resulta, en verdad, demasiado oneroso. Pese a ello, cada cual debe recorrer su propio sendero, tomar sus propias decisiones y opciones, y en medio de todo ello aprender sus propias lecciones.