En el año 2016 el Gobierno del Ecuador le confirió el Premio Nacional Eugenio Espejo al escritor cuencano Jorge Dávila Vázquez, decisión a través de la cual se reconoció, por parte del Estado ecuatoriano, el aporte enorme y significativo que ha sido para las letras nacionales la prolífica a la vez que extensa producción literaria de este creador.
La bibliografía de Dávila, en efecto, es de por sí copiosa y abarca diferentes géneros, desde la poesía y el relato, pasando por el teatro, el periodismo y el cuento infantil, hasta la narrativa, la crítica y el ensayo. A medio siglo de sus primeras actuaciones y pinitos en la dramaturgia, Jorge Dávila es todo un referente no solo en relato, narrativa y poesía, sino también en el teatro, desde el que ha aportado tanto en la faceta de actor y asistente de dirección, como en la de dramaturgo, con obras tan célebres como Con gusto a muerte o Espejo Roto.
Con 22 años, en 1968 había ganado el Premio Nacional de Teatro por su obra El Caudillo Anochece, y a los 23 tuvo la fortuna de ganar una beca del gobierno francés, la última que se confirió a un cuencano, para estudiar asistencia de dirección teatral en tres ciudades, merced a las gestiones de Juan Cueva, personaje de enorme influencia en la vida cultural del país, desde siempre vinculado a Francia, además de miembro del iconoclasta grupo cultural Syrma.
En Marsella estuvo con Antoine Bourseiller; y, en Lyon, con el que está considerado el más grande director de teatro de Francia, Roger Planchon; por último, en Estrasburgo, en la Escuela Nacional de Teatro: “Para mí fue una experiencia extraordinaria. Fui y entré en contacto directamente con el mundo de la cultura francesa en vivo, que era el mundo del teatro, con gente muy importante, porque era parte del programa de Descentralización del Teatro en Francia, y trabajaba en el Teatro Nacional, con una beca del gobierno”, rememora el escritor casi medio siglo después.
Al tener que trabajar en asistencia de Dirección, necesariamente debía releer obras que él ya conocía, pero que al abordarlas desde una lectura crítica para la escena permitieron que su cultura más o menos amplia se intensificara. La generación de Dávila creció bajo el influjo tanto de la cultura francesa como de la norteamericana, cuyo auge apabullante es inevitable. Al mismo tiempo puede afirmarse que la suya fue, de hecho, la última generación que se entregó de lleno al estudio de la literatura francesa. Sus lecturas de mayor predilección van desde autores como Chauteaubriand y Marcel Proust, hasta los escritores que en sus años de juventud influían en el panorama cultural y político mundial, como Jean Paul Sartre, François Mauriac y Albert Camus.
Con Planchon estuvo en el remontaje del Tartufo, que era su obra maestra, y en la puesta de una obra del director galo que se llamaba Azules, Blancos, Rojos, sobre la Revolución Francesa. Jorge iba haciendo anotaciones, pasaba a los ensayos, discutían un poco. Recuerda que era muy abierto, simpático, agradable, y todo era un ceñirse maravilloso al texto de Molière. “Tenían muchísimo dinero estos proyectos nacionales, por lo que la pieza de Molière, el Tartufo, era una obra maestra de la representación: perfectamente actuada, con Planchon como protagonista, en ciertas representaciones; el oficial, sin embargo, era Michel Auclair, que llegó a ser pareja de Audrey Hepburn; y un derroche de artistas invitados, gente muy conocida. Era algo que emocionaba al público.”
En Marsella se dedicaba a buscar obras y libros de teatro, asistir a todo lo que podía, volverse habitué de la ópera, donde trabajaba una persona que después fue director del Ballet de Cuba, Pedro Consuegra, quien le facilitaba las entradas al lugar.
Con Boussieu, en cambio, la experiencia de aprendizaje no resultó igual. En una ocasión, recuerda, en que se remontaba una pieza de Genet, “me dio dos libros y me dijo toma, recorta esto. Yo me imaginé, muy ingenuamente, que quería que vaya viendo qué partes de la obra podían suprimirse en la representación. Me dijo: En el un tomo está señalado todo lo que tienes que recortar. Y me dio una tijera. Efectivamente… (ríe a carcajadas) tenía que ir recortando (sigue riendo) y armando, con los dos tomos, la pieza tal como él la iba a representar. Dicen que era muy brillante… realmente yo nunca le percibí el brillo.”
Más de un lustro antes de viajar a Francia, Jorge había estado vinculado ya al mundo del teatro. En 1964 hace Los Justos, y al año siguiente empezaba a trabajar en ATEC, la Asociación de Teatro Experimental de Cuenca, a la que poco a poco se van integrando una serie de personajes interesantes del mundo cultural cuencano, como Rubén Villavicencio, Edmundo Maldonado, Paco Estrella, Catalina Sojos. “Éramos simplemente la prolongación de un grupo de colegio dirigido por el doctor Guillermo Ramírez. Estuardo Cisneros se convierte en director de comedia, y hacemos con él una comedia norteamericana realmente fabulosa, llamada El Marido de Helena, que le cambiamos de nombre y terminó llamándose Así fue Troya.”
El estreno de su primera obra, Donde comienza el Mañana, audazmente tuvo lugar la noche que se representa en Cuenca A puerta cerrada de Sartre: “Yo fui el complemento del programa, con una obrita que había anticipado era muy malhablada, que se llamaba Donde comienza el Mañana, porque se le ocurre al director de esa época que colabore con una representación. Era una pieza para dos personajes, en la que actuaron Rubén Villavicencio y Gustavo López”. Los textos eran tan inusuales para una pieza teatral en la Cuenca de aquellos años, que el mismo Edmundo Maldonado se rehusó a que la obra fuera escenificada. La gente que asistió a la representación resultó muy escandalizada, porque la pieza era bastante fuerte. No faltaron quienes se acercaron al autor para reclamarle e inquirirle qué era lo que le sucedía para presentar semejante afrenta a Cuenca. Tiempo después la obra participó en el festival nacional de teatro, en Guayaquil, pero en esta oportunidad Gustavo López no había podido viajar, por lo que su papel tuvo que representarlo el mismo Jorge. El resultado fue que Rubén Villavicencio ganó el premio de teatro en esa oportunidad. De esta obra ha dicho el escritor Raúl Vallejo que debe ser una de la más representadas en el teatro ecuatoriano, aunque para Felipe Aguilar la obra que tiene ese privilegio debe ser Con gusto a Muerte, también de Dávila.
Syrma era el nombre de una agrupación iconoclasta que tenía al poeta Rubén Astudillo a la cabeza, y cuyo epicentro era el café Raymipamba, hoy convertido en un icono cultural y patrimonial de la capital azuaya. En torno a este grupo y a su revista homónima, dirigida por el autor de Canción para Lobos y Oración para ser dicha aullando, convergía gente como Patricio Muñoz, Enrique Malo, Lastenia Torres, Vicky Carrasco, Jorge Arce, Olga Jaramillo, Catalina Sojos, Juan Valdano, Rómulo Vázquez, Lupe Chimbo, Guillermo Ramírez, Paco Estrella, Enrique Balarezo. Es tras su desintegración que algunos de sus miembros desembocarán en el grupo de teatro formado por Guillermo Ramírez Aguilar, profesor del colegio nocturno “Antonio Ávila”.
Jorge regresa de Francia a Cuenca en julio de 1971, y para entonces ya tenía un hijo, y lo único que consigue es un pequeño trabajo como profesor de historia del teatro en el Conservatorio, que se lo da su director, el sacerdote José Castellví Queralt, pero la paga era tan poco representativa que resultaba imposible vivir con esos ingresos, por lo que decide volver al entonces Banco del Azuay, en calidad de hacelotodo, a veces como pagador, otras como anotador,
A mediados de los setentas actúa en una obra de teatro del absurdo, llamada El Convidado, que será prácticamente su última actuación, antes de dedicarse a culminar los estudios universitarios. Se publica entonces, con mucha posterioridad, su poemario La Nueva Canción de Eurídice y Orfeo (1975), que había sido escrito antes de 1970. A partir del año 1974 toda su fuerza creativa se centrará en el relato, primero con Los Tiempos del Olvido, que pese a haber sido escrito tres años antes comienza a circular en 1977; y, a continuación, con la novela María Joaquina en la Vida y en la Muerte, de cuya publicación y premiación se conmemora el cuadragésimo aniversario.
Esta novela corta, que ambienta los días y noches de derroche y esplendor del poder en el Ecuador de las últimas décadas del siglo XIX, reeditada en diferentes colecciones dentro y fuera del país, continúa siendo uno de sus títulos de mayor éxito, incluido en el top ten de los libros más vendidos del Ecuador en las últimas décadas, a decir del siempre incisivo a la par que certero catedrático, crítico y escritor cuencano Felipe Aguilar Aguilar. Su febril escritura tuvo como fondo musical las piezas que por aquellos años eran de la predilección de gente como Marieta Vintimilla, la sobrina del dictador Ignacio de Vintimilla, en quien se inspira la obra de corte histórico. Alrededor de un mes fue el tiempo que le tomó a su autor redactar y concluir el primer borrador, lapso que aprovechó a raíz de su largo internamiento en una casa de salud.
La novela fue rápidamente aceptada por la crítica y el público lector, y la mejor prueba de su éxito fue haber ganado el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit. La notificación de este hecho inolvidable tiene para Jorge ribetes agridulces, que también son indelebles. Estando a mitad de sus estudios universitarios, hace cuarenta años, recuerda Jorge que por coincidencia se hallaba asistiendo a una clase del doctor Efraín Jara Idrovo, que alguien interrumpió para pedir que saliera del aula el estudiante Dávila Vázquez Jorge. Tras recibir la noticia, asustado, atónito, feliz a la par que ingenuo, retornó al salón para comunicarla al maestro y a los condiscípulos: “Me acuerdo tanto que me llaman afuera y me dicen, con cierta duda, incredulidad y asombro, parece que has ganado el Premio Aurelio Espinosa... Entré y pedí permiso al Efraín, y le dije: ¿puedo decir algo?… Me parece que he ganado el Aurelio Espinosa por mi novela María Joaquina … “¡Ah… ya, ya!” -fue lo que dijo el gran maestro y poeta cuencano-, «y siguió la clase como si tal cosa…”