Jorge Dávila Vázquez: Francia, el teatro y la cuarentona María Joaquina

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En el año 2016 el Gobierno del Ecuador le confirió el Premio Nacional Eugenio Espejo al escritor cuencano Jorge Dávila Vázquez, decisión a través de la cual se reconoció, por parte del Estado ecuatoriano, el aporte enorme y significativo que ha sido para las letras nacionales la prolífica a la vez que extensa producción literaria de este creador.

La bibliografía de Dávila, en efecto, es de por sí copiosa y abarca diferentes géneros, desde la poesía y el relato, pasando por el teatro, el periodismo y el cuento infantil, hasta la narrativa, la crítica y el ensayo. A medio siglo de sus primeras actuaciones y pinitos en la dramaturgia, Jorge Dávila es todo un referente no solo en relato, narrativa y poesía, sino también en el teatro, desde el que ha aportado tanto en la faceta de actor y asistente de dirección, como en la de dramaturgo, con obras tan célebres como Con gusto a muerte o Espejo Roto.

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Con 22 años, en 1968 había ganado el Premio Nacional de Teatro por su obra El Caudillo Anochece, y a los 23 tuvo la fortuna de ganar una beca del gobierno francés, la última que se confirió a un cuencano, para estudiar asistencia de dirección teatral en tres ciudades, merced a las gestiones de Juan Cueva, personaje de enorme influencia en la vida cultural del país, desde siempre vinculado a Francia, además de miembro del iconoclasta grupo cultural Syrma.

En Marsella estuvo con Antoine Bourseiller; y, en Lyon, con el que está considerado el más grande director de teatro de Francia, Roger Planchon; por último, en Estrasburgo, en la Escuela Nacional de Teatro: “Para mí fue una experiencia extraordinaria. Fui y entré en contacto directamente con el mundo de la cultura francesa en vivo, que era el mundo del teatro, con gente muy importante,  porque era parte del programa de Descentralización del Teatro en Francia, y trabajaba en el Teatro Nacional, con una beca del gobierno”, rememora el escritor casi medio siglo después.

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Al tener que trabajar en asistencia de Dirección, necesariamente debía releer obras que él ya conocía, pero que al abordarlas desde una lectura crítica para la escena permitieron que su cultura más o menos amplia se intensificara. La generación de Dávila creció bajo el influjo tanto de la cultura francesa como de la norteamericana, cuyo auge apabullante es inevitable. Al mismo tiempo puede afirmarse que la suya fue, de hecho, la última generación que se entregó de lleno al estudio de la literatura francesa. Sus lecturas de mayor predilección van desde autores como Chauteaubriand y Marcel Proust, hasta los escritores que en sus años de juventud influían en el panorama cultural y político mundial, como Jean Paul Sartre, François Mauriac y Albert Camus.

Con Planchon estuvo en el remontaje del Tartufo, que era su obra maestra, y en la puesta de una obra del director galo que se llamaba Azules, Blancos, Rojos, sobre la Revolución Francesa. Jorge iba haciendo anotaciones, pasaba a los ensayos, discutían un poco. Recuerda que era muy abierto, simpático, agradable, y todo era un ceñirse maravilloso al texto de Molière. “Tenían muchísimo dinero estos proyectos nacionales, por lo que la pieza de Molière, el Tartufo, era una obra maestra de la representación: perfectamente actuada, con Planchon como protagonista, en ciertas representaciones; el oficial, sin embargo, era Michel Auclair, que llegó a ser pareja de Audrey Hepburn; y un derroche de artistas invitados, gente muy conocida. Era algo que emocionaba al público.”

En Marsella se dedicaba a buscar obras y libros de teatro, asistir a todo lo que podía, volverse habitué de la ópera, donde trabajaba una persona que después fue director del Ballet de Cuba, Pedro Consuegra, quien le facilitaba las entradas al lugar.

Con Boussieu, en cambio, la experiencia de aprendizaje no resultó igual. En una ocasión, recuerda, en que se remontaba una pieza de Genet, “me dio dos libros y me dijo toma, recorta esto. Yo me imaginé, muy ingenuamente, que quería que vaya viendo qué partes de la obra podían suprimirse en la representación. Me dijo: En el un tomo está señalado todo lo que tienes que recortar. Y me dio una tijera. Efectivamente… (ríe a carcajadas) tenía que ir recortando (sigue riendo) y armando, con los dos tomos, la pieza tal como él la iba a representar. Dicen que era muy brillante… realmente yo nunca le percibí el brillo.”

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Más de un lustro antes de viajar a Francia, Jorge había estado vinculado ya al mundo del teatro. En 1964 hace Los Justos, y al año siguiente empezaba a trabajar en ATEC, la Asociación de Teatro Experimental de Cuenca, a la que poco a poco se van integrando una serie de personajes interesantes del mundo cultural cuencano, como Rubén Villavicencio, Edmundo Maldonado, Paco Estrella, Catalina Sojos. “Éramos simplemente la prolongación de un grupo de colegio dirigido por el doctor Guillermo Ramírez. Estuardo Cisneros se convierte en director de comedia, y hacemos con él una comedia norteamericana realmente fabulosa, llamada El Marido de Helena, que le cambiamos de nombre y terminó llamándose Así fue Troya.”

El estreno de su primera obra, Donde comienza el Mañana, audazmente tuvo lugar la noche que se representa en Cuenca A puerta cerrada de Sartre: “Yo fui el complemento del programa, con una obrita que había anticipado era muy malhablada, que se llamaba Donde comienza el Mañana, porque se le ocurre al director de esa época que colabore con una representación. Era una pieza para dos personajes, en la que actuaron Rubén Villavicencio y Gustavo López”. Los textos eran tan inusuales para una pieza teatral en la Cuenca de aquellos años, que el mismo Edmundo Maldonado se rehusó a que la obra fuera escenificada. La gente que asistió a la representación resultó muy escandalizada, porque la pieza era bastante fuerte. No faltaron quienes se acercaron al autor para reclamarle e inquirirle qué era lo que le sucedía para presentar semejante afrenta a Cuenca. Tiempo después la obra participó en el festival nacional de teatro, en Guayaquil, pero en esta oportunidad Gustavo López no había podido viajar, por lo que su papel tuvo que representarlo el mismo Jorge. El resultado fue que Rubén Villavicencio ganó el premio de teatro en esa oportunidad. De esta obra ha dicho el escritor Raúl Vallejo que debe ser una de la más representadas en el teatro ecuatoriano, aunque para Felipe Aguilar la obra que tiene ese privilegio debe ser Con gusto a Muerte, también de Dávila.

Syrma era el nombre de una agrupación iconoclasta que tenía al poeta Rubén Astudillo a la cabeza, y cuyo epicentro era el café Raymipamba, hoy convertido en un icono cultural y patrimonial de la capital azuaya. En torno a este grupo y a su revista homónima, dirigida por el autor de Canción para Lobos y Oración para ser dicha aullando, convergía gente como Patricio Muñoz, Enrique Malo, Lastenia Torres, Vicky Carrasco, Jorge Arce, Olga Jaramillo, Catalina Sojos, Juan Valdano, Rómulo Vázquez, Lupe Chimbo, Guillermo Ramírez, Paco Estrella, Enrique Balarezo. Es tras su desintegración que algunos de sus miembros desembocarán en el grupo de teatro formado por Guillermo Ramírez Aguilar, profesor del colegio nocturno “Antonio Ávila”.

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Jorge regresa de Francia a Cuenca en julio de 1971, y para entonces ya tenía un hijo, y lo único que consigue es un pequeño trabajo como profesor de historia del teatro en el Conservatorio, que se lo da su director, el sacerdote José Castellví Queralt, pero la paga era tan poco representativa que resultaba imposible vivir con esos ingresos, por lo que decide volver al entonces Banco del Azuay, en calidad de hacelotodo, a veces como pagador, otras como anotador,

A mediados de los setentas actúa en una obra de teatro del absurdo, llamada El Convidado, que será prácticamente su última actuación, antes de dedicarse a culminar los estudios universitarios. Se publica entonces, con mucha posterioridad, su poemario La Nueva Canción de Eurídice y Orfeo (1975), que había sido escrito antes de 1970. A partir del año 1974 toda su fuerza creativa se centrará en el relato, primero con Los Tiempos del Olvido, que pese a haber sido escrito tres años antes comienza a circular en 1977; y, a continuación, con la novela María Joaquina en la Vida y en la Muerte, de cuya publicación y premiación se conmemora el cuadragésimo aniversario.

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Esta novela corta, que ambienta los días y noches de derroche y esplendor del poder en el Ecuador de las últimas décadas del siglo XIX, reeditada en diferentes colecciones dentro y fuera del país, continúa siendo uno de sus títulos de mayor éxito, incluido en el top ten de los libros más vendidos del Ecuador en las últimas décadas, a decir del siempre incisivo a la par que certero catedrático, crítico y escritor cuencano Felipe Aguilar Aguilar. Su febril escritura tuvo como fondo musical las piezas que por aquellos años eran de la predilección de gente como Marieta Vintimilla, la sobrina del dictador Ignacio de Vintimilla, en quien se inspira la obra de corte histórico. Alrededor de un mes fue el tiempo que le tomó a su autor redactar y concluir el primer borrador, lapso que aprovechó a raíz de su largo internamiento en una casa de salud.

La novela fue rápidamente aceptada por la crítica y el público lector, y la mejor prueba de su éxito fue haber ganado el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit. La notificación de este hecho inolvidable tiene para Jorge ribetes agridulces, que también son indelebles. Estando a mitad de sus estudios universitarios, hace cuarenta años, recuerda Jorge que por coincidencia se hallaba asistiendo a una clase del doctor Efraín Jara Idrovo, que alguien interrumpió para pedir que saliera del aula el estudiante Dávila Vázquez Jorge. Tras recibir la noticia, asustado, atónito, feliz a la par que ingenuo, retornó al salón para comunicarla al maestro y a los condiscípulos: “Me acuerdo tanto que me llaman afuera y me dicen, con cierta duda, incredulidad y asombro, parece que has ganado el Premio Aurelio Espinosa... Entré y pedí permiso al Efraín, y le dije: ¿puedo decir algo?… Me parece que he ganado el Aurelio Espinosa por mi novela María Joaquina … “¡Ah… ya, ya!” -fue lo que dijo el gran maestro y poeta cuencano-, «y siguió la clase como si tal cosa…”

Edgar Vivar: cuando Ñoño se despidió de Latinoamérica

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“Alguna vez dijo un filósofo nada de la actividad humana me es ajeno, y sobre eso es lo que va a versar la plática. Yo no soy conferencista, va a ser una plática nomás, y voy a hablar de lo único que sé, que es mi vida, en la que he tratado de dominar tres aspectos del quehacer humano: medicina, humor y humanismo”. Así se refería el actor mexicano Edgar Vivar a la charla que se preparaba a compartir con los alumnos de la Universidad del Azuay, a su paso por Cuenca, durante las festividades de independencia de la ciudad.

Conocido por haber interpretado durante 25 años a varios de los más populares personajes de la televisión mexicana, y por extensión latinoamericana, Edgar Vivar llegó a Cuenca para presentar una vez más al querido Ñoño, al cual despidió precisamente en esta ciudad. Dueño de una fuerte personalidad, Vivar es mucho más que el actor cómico que acompañara al inmortal Chespirito en la televisión. Su amplia cultura humanística lo convierte en una figura muy interesante a la hora de charlar con él en una entrevista exclusiva para Qué Nota. Por ello, él mismo todo un personaje, no dejó de sentir cierta indignación al haber sido interpelado, antes que entrevistado, por la periodista de algún importante medio local que, a decir de este admirador de Buñuel y Spielberg, de Los Beatles y de Ravel, “tenía un coeficiente intelectual inferior a la suela de un zapato.”

La vida y la carrera de Edgar Vivar, huelga decirlo, están signadas por lo que fue su trabajo junto a Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, cuyos programas son un clásico latinoamericano inclusive en países no hispanos como Brasil.

Los personajes de la Vecindad del Chavo: Quico, Doña Florinda, La Bruja del 71, Don Ramón, el Profesor Jirafales, el señor Barriga, la Chilindrina, y el Chavo.

Los personajes de la Vecindad del Chavo: Quico, Doña Florinda, La Bruja del 71, Don Ramón, el Profesor Jirafales, el señor Barriga, la Chilindrina, y el Chavo.

Rodrigo Aguilar: ¿Cómo explicas la vigencia de ese fenómeno sociológico, que es todo un clásico televisivo?

Edgar Vivar: Yo creo que es muy universal en su contenido. En todas partes siempre habrá un niño que no es muy brillante intelectualmente porque está mal alimentado, o habrá una mujer que esté echando a perder a su hijo porque lo sobreprotege, y habrá un señor que no pague el arriendo, sobre todo en nuestra América Latina. Pero no solamente en América, porque si tú bien mencionabas que en Brasil ha sido traducido al portugués, el programa está en cerca de 43 países. Ha sido traducido al tagalo, al marroquí, al italiano, y en todos lados ha tenido éxito, porque yo creo que apela a situaciones y a personajes muy universales.

R.A.O. A ello podría agregarse que sus personajes infantiles son totalmente verosímiles. La gente cree que son niños y eso es algo que no cualquier actor logra. Esa conjunción de talentos fue también muy especial, histórica inclusive.

E.V. Concuerdo contigo. Fue una serie de circunstancias muy afortunadas. Tener un magnífico libreto, que es la verdadera estrella del programa. Siempre lo señalo porque esa es la verdad. Había un balance entre todos los personajes, y es lo que admiro yo en Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, que pudiendo haber escrito lo mejor para él, lo repartió generosamente entre todos sus personajes. Una prueba fue Kiko (Carlos Villagrán), quien duró ocho años en el programa, nada más, y se separó por decisión propia cuando más se lucía su personaje. Eso fue porque Chespirito lo escribía, porque el programa lo demandaba. Y cuando él salió del programa nunca tuvo el mismo éxito. Repitió el mismo personaje, estuvo en Venezuela, Chile y Argentina, y jamás igualó el éxito y la penetración que tuvo con todo el equipo del Chavo.

Pero ya hacia el final de los 25 años que duró el programa, era visible cierta decadencia…

Eso es lógico después de 25 años, aunque también depende de lo que tengas tú por decadencia. Hay que renovarse. Yo hablo de lo general a lo particular. En mi caso, estoy despidiendo el personaje de Ñoño porque ya no me siento a gusto haciéndolo. Adoro mi personaje, lo quiero mucho pero también soy realista: ya tengo más de 50 años y no puedo estar haciendo un personaje de un niño de nueve años, por respeto al público, por respeto a mí mismo y, sobre todo, por respeto al personaje. Y estar haciéndome competencia a mí mismo, a los ojos de algunas personas podría llamarse decadencia.

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Entre tus personajes, Ñoño, el señor Barriga, el Botijas, ¿cuál es el que preferías o aquél con el que más te identificabas?

¿Tú tienes hijos?

Sí.

¿A cuál quieres más…? El señor Barriga me dio la oportunidad de proyectarme, de ser conocido. Ñoño es un personaje al que amo entrañablemente porque es tocar mi niño interior y ponerme como los niños. Y Botija es un personaje muy libre, que me permite jugar también con una serie de situaciones.

Aunque el Botijas luce más cándido que el anterior, el Peterete, que era interpretado por Ramón Valdez…

Sí, bueno, es todo un caso. Los caquitos son un tema de análisis, no quiero decir profundo pero sí muy concienzudo. En ese entorno nunca fueron realmente ladrones. Eran ladrones frustrados, que hacían el bien sin proponérselo.

¿Te costó más el personaje de Ñoño, porque había que hacerlo verosímil, en tanto niño, ante los ojos del público?

Nunca me he detenido a pensar en eso. Yo soy un actor de vivencias, un actor vivencial. Creo en lo que estoy haciendo, y realmente en el momento que me desprenda y vea yo si estoy haciendo el ridículo o no, dejaría de tener veracidad.

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Pero el programa también debió haber tenido críticas en México.

Como todo. Yo te puedo decir que nadie es profeta en su tierra. El fenómeno del Chavo comenzó en México y se fue extendiendo como las ondas de agua cuando dejas caer una piedra en un lago. Empezó a expandirse en toda América, y a pesar de las críticas y todo hoy se sigue transmitiendo en México, lo mismo que en Guatemala, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Panamá… y hemos recorrido toda América, puede decirse que desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

¿Qué hacías tú, como actor, antes del Chavo del 8?

Hacía comerciales para la televisión. Para mí hacer comerciales era, valga la redundancia, comercializar algo que hacía yo por gusto. Yo empecé haciendo teatro en la universidad. Fui parte de la compañía de teatro universitario, cosa que hacía por placer. Empecé haciendo teatro cuando estaba en la preparatoria, porque tenía que llevar una actividad estética a fuerza, y nunca lo hice. Entonces, en el último año, el director me insistió en hacerlo porque, si no, no iba a poder graduarme. Y en el único grupo donde había lugar todavía, pues ya estaban copados fotografía, canto y modelado, era en teatro. Bueno, sí me gustaba el teatro, pero como espectador jamás pensé que iba a subir. Yo no quería darme la oportunidad. Estaba muy acomplejado por muchas cosas. Para subir al escenario me insistieron tanto, tanto, tanto, que ya nunca me bajé. Es decir, seguí haciendo teatro en la preparatoria y después en la universidad. Estudiaba la carrera de medicina y estudiaba la carrera de licenciado en arte dramático, de la que no me desligué.

¿Y cómo se origina tu paso a la televisión?

Un día, un cazatalentos me vio para hacer un casting para un comercial. Me insistió, pero el hecho realmente se dio porque andaba yo con una muchacha que sí quería ser actriz. Ella fue la que me llevó al casting, y no se quedó en el comercial sino que me dieron el papel a mí. Estamos hablando de 1970. Me escogieron para ese y luego no fue uno sino muchísimos los que hice, y para mí era como un aliciente económico muy importante, porque en esa época estaba haciendo el internado y me pagaban 900 pesos por un mes de trabajo, mientras que por un día de trabajo haciendo comerciales me empezaron pagando 2000 pesos. Entonces no había que pensarlo mucho.

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¿Cuándo y cómo aparece Roberto Gómez Bolaños?

A raíz de todos estos comerciales, un conocido mutuo nos contactó. Fui a verlo, me dijo que me había visto en los comerciales, que le parecía yo buen actor, y me preguntó si me gustaría trabajar en la televisión. Además me preguntó si sabía usar el apuntador electrónico. Y yo, ¿qué es eso? Ah, bueno, perfecto– dijo-, vente que aquí no usamos apuntador electrónico. Tú eres gente de teatro.

¿Y en qué edad estaban ambos por entonces?

Él es 21 años más grande [mayor] que yo, y yo tenía 20 años en aquella época.

¿Cuál fue el primer personaje, el del señor Barriga?

El primer personaje fue un re-make en un pequeño sketch del doctor Chapatín, donde tenía que decir únicamente un par de frases, pero tenía que llevar cierto ritmo. El ritmo de comedia es muy difícil, hay que sentirlo. Por eso no usamos el apuntador electrónico.

¿Cómo fue la relación entre todos los actores?

Como la de una familia. Y eso quiere decir que también había diferencias, pero la mayor parte del tiempo nos llevábamos bien. No hubo ninguna diferencia que la razón o el diálogo no pudieran salvar, no pudieran limar.

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Siempre se me ha antojado que las cachetadas de doña Florinda fueron las que mataron a don Ramón…

(ríe a carcajadas)… No lo dudo, esa es la impresión. Mucha gente escribía diciéndole a don Ramón que se vengara, y eso demuestra que siempre la víctima tiene más fuerza. Eso lo podemos ver en las telenovelas: la protagonista siempre es desvalida, débil y tonta; y la mala es fuerte, más inteligente. El programa, inconscientemente, no tiene personajes polarizados: ni somos totalmente buenos ni totalmente malos. Todo mundo tiene un viso de oscuridad y un viso de luz. Uno se vuelve victimario y víctima, como en la vida. Y eso se daba inconscientemente. Esto que te estoy diciendo es una conclusión que he sacado a través de los años. Por ejemplo, si tú te metes en internet, y ves la gran cantidad de material escrito sobre el Chavo. En Brasil es impresionante la cantidad de páginas que existen en idioma portugués.

Creo que se ha llegado al nivel de estudios sociológicos…

Desde luego, a eso iba: estudios sociológicos y psicológicos. Ahora que estuve en São Paulo, el 11 de septiembre precisamente, se acercó a mí un grupo de muchachos que están haciendo su tesis profesional sobre eso, sobre el Chavo como fenómeno, para tratar de explicar qué es lo que tiene que ha llamado la atención en más de 300 millones de personas.

¿Te consideras un ser privilegiado al haber tenido la oportunidad de compartir con ese grupo de personas?

No me gusta contestar a una pregunta con otra pregunta, pero ¿tú que crees? […] Muy privilegiado. Es un regalo de la vida que lo estoy disfrutando aún hoy en día.

¿Por qué tomaste la decisión de trabajar en un circo?

Porque es un reto para mí.

¿Sabes que no todo el mundo lo ha visto bien?

Me basta y me sobra con que yo lo vea bien. No puedes darle gusto a toda la gente. Considero que la gente que no lo vea bien no irá al circo. Y te puedo decir que la gente que lo ve bien abarrota el circo. Porque hay muchas personas que no tienen oportunidad de ir a un teatro. Hay mucha gente que piensa que la televisión es algo mágico. Me refiero a los niños, a quienes en un momento dado se les cumple un sueño. ¡Los sueños se hacen realidad! Y para mí como actor es un reto tener a la gente tan cerca, estar trabajando en un lugar que no es un teatro y hacerles creer que están creyendo que yo soy un niño.

¿Te dejó mucho dinero el trabajo junto al elenco de Chespirito?

Mira, gané mucho más dinero del que pensaba yo ganar en esto, pero infinidad de veces mucho menos de lo que la gente piensa. Realmente la gente no paga (y tú me podrás dar la razón, o tus lectores) por ir a ver a un actor. Paga por ir a ver y escuchar a un cantante, y me estoy refiriendo a las grandes cantidades de dinero. Paga por un grupo de rock que se presenta en grandes estadios. A esos sí se les pagan sumas millonarias. Yo vivo bien, holgadamente. Me pienso retirar en dos años. Pero el dinero viene por sí solo, cuando realmente no lo buscas. Esa es mi filosofía. Te repito, gané mucho más de lo que pensé que iba a ganar en esto, pero miles de veces menos de lo que la gente piensa.

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¿Encuentras muchas diferencias entre la niñez de los setentas y la actual?

El mundo es distinto, y también creo que se ha abusado de la manipulación, por la misma televisión. Haciendo una pequeña abstracción de esto, la televisión parece ser el invento que más marcó a la humanidad. No estoy en contra de ella sino del uso que se le ha dado. A través de ella a los niños de este siglo se les da mucha información, y como que se les obliga a madurar muy pronto. Se promueve en ellos actitudes de gente adulta. Se descuida mucho el aspecto lúdico del ser humano.

Sé que estás trabajando en una producción.

Quiero lanzarme a otros planes de la actuación, del medio artístico. Si bien ya había dirigido teatro y algunos cortos, estoy ahora incursionando en la co-producción de una serie para la televisión. Están muy interesadas HBO y Olé, y la vamos a vender a Telemundo. Es una miniserie de 24 capítulos, cada uno de los cuales tiene un final insólito e imprevisto. La serie se llama Postdata, y se está haciendo en Buenos Aires.

¿Vuelves a actuar en esta producción?

Sí, me di el lujo de actuar en un capítulo.

Imagino que a estas alturas te deben resultar muy diferentes a los de hace treinta años, los recursos, técnicas y efectos televisivos.

Cómo no. Yo veo los programas de televisión que hacíamos nosotros y eran totalmente rudimentarios, y se veía bien. Se utilizaba el chroma key por primera vez en México, para incrustar imágenes, algo que ahora se hace con la mayor facilidad del mundo. Cuando hicimos Blanca Nieves y los Siete Churichurinfunflais, que aquí lo acabo de volver a ver, estuvimos 15 días trabajando, aunque la duración de ese programa fue de una hora. Teníamos problemas de iluminación por los que a veces debíamos pasar hasta tres horas de pie para que se terminara de iluminar una escena que duraba solo dos o tres minutos. Ahora es un poquito más fácil.

¿Cuáles son, para ti, los más grandes actores cómicos mexicanos?

Cantinflas era muy buen actor cómico, y tenía a un humorista de cabecera, que era Carlos León. Él era quien le escribía todos sus diálogos. Cantinflas era un cómico verbal. Tintán era muy espontáneo. Me quedo con las primeras épocas de ambos. Hay otro actor que no es muy conocido en el Ecuador; se llamaba Joaquín Pardavé. Era un excelente actor, que tocaba el humor y tocaba el melodrama. Era compositor y fue director de cine y teatro. Y Roberto Gómez Bolaños, que es una persona a quien yo admiro mucho. Ha incursionado en varios géneros literarios. Lo que más se ha conocido de él ha sido la comedia, pero ha escrito teatro y acaba de escribir un libro de sonetos.

¿Se mantienen ustedes en contacto?

Sí, constantemente.

Más allá de tus pasiones como médico y actor, ¿qué otras cosas te apasionan?

La lectura, por ejemplo. Soy muy ecléctico pero me apasionan las biografías. Me gusta mucho leer acerca de personajes famosos y no tan famosos.

¿A quién admiras?

A mucha gente. Te podría mencionar a Henry Ford, Albert Einstein (a quien me hubiese gustado conocer).

¿Y has llegado a conocer alguno de los personajes que admiras?

Sí, conocí a León Felipe, un poeta español refugiado en México, que escribió Este viejo y destrozado violín. Un tipo con una poesía muy hermosa, que para mí fue muy emotivo conocer, porque él ya estaba muy grande [mayor]. Y, bueno, la sensación que te puede dar la ilusión de una persona que conoces a través de su trabajo literario. Me remito a lo que te dije hace un momento: los sueños se cumplen. Otra persona a la que admiraba, y con quien tuve la oportunidad de conversar, fue Libertad Lamarque. La admiraba no tanto por lo que cantaba sino por su valor en el aspecto político, su abandono de la Argentina, todo eso. Me interesaba mucho conocerla.

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León Felipe, poeta español exiliado en México, a quien Edgar Vivar admira y llegó a conocer.

La gran actriz argentina Libertad Lamarque

La gran actriz argentina Libertad Lamarque

Una faceta algo desconocida de tu vida fue la periodística. Cuéntame al respecto…

Pues sí, una de las partes que más disfruté de mi vida fue el periodismo, en el que también incursioné. Durante algunos años estuve trabajando en la gaceta universitaria, en un suplemento cultural que se llamaba La Cobra, y yo hacía entrevistas. Así pude entrevistar a Dolores del Río, a otra señora que se llamaba Tamara Garina, a mucha gente.

¿Qué tipo de música escuchas?

Me gustan mucho los impresionistas:  Claude Debussy, Ravel. Y también en la pintura me gustan los impresionistas. El impresionismo lo revolucionó todo: influyó en la pintura, la música, la literatura. Era una manera diferente de ver la realidad, y no por eso deja de ser válida.

¿Y la música popular?

No soy muy afecto a la música popular. Me gusta la música new age. Y, en mi juventud, básicamente Los Beatles.

¿A nivel de cine?

Mucha gente. Uno de los directores que más admiro ha sido Luis Buñuel.

¿Llegaste a conocerlo?

No. Conozco a su hijo. No, no tuve la oportunidad. Pero tengo muchos compañeros actores que trabajaron con él: Silvia Pinal, Joaquín Andere, a quienes siempre pregunto cómo era Luis Buñuel. Admiro también mucho a Hitchcock. Me gusta el cine de Steven Spielberg. Me gusta todo el cine de Hollywood de los años cincuenta, desde el cine negro hasta las comedias musicales. El cine francés de la nueva ola; el cine argentino actual; el cine que se está haciendo en México creo que va por muy buen camino.

¿Crees que México tuvo su época de oro del cine?

Sí, fue una oportunidad dorada, porque durante los años cuarenta, cuando estaba la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos dejaron de hacer películas en grandes cantidades para hacer material de guerra. Entonces México supo explotar esa oportunidad. Un hombre, Emilio “Indio” Fernández, junto al fotógrafo Gabriel Figueroa, empezó a hacer tomas costumbristas, muy mexicanas, con magueyes y cielos con nubes. Era un cine muy pictórico y poético, que empezó a interesar fuera de México, hasta entonces un país desconocido. Fue una oportunidad dorada, y se le puede llamar de oro porque sí entró mucho oro a México, y les dio proyección a muchos actores. Realmente creó estrellas de cine que, curiosamente, siguen todavía vigentes gracias a la televisión. Ese ha sido el vehículo para hacer permanentes esas imágenes.

Chespirito y Edgar Vivar, interpretando al Chavo y a Ñoño en la vecindad.

Chespirito y Edgar Vivar, interpretando al Chavo y a Ñoño en la vecindad.

¿Tus sentimientos al despedir a Ñoño, precisamente en Cuenca?

No dejo de derramar una lágrima, pero no de tristeza sino de nostalgia. Es como decirle hasta siempre, y es la manera como lo despido durante el espectáculo: ¡Hasta siempre Ñoño!

Revista Qué Nota, No. 13. Pgs. 19-22.

Cuenca, Ecuador, noviembre de 2003

Mabel Petroff: la múltiple y única mujer

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Para quienes de diversos modos y desde variadas posiciones hemos estado en contacto con el quehacer cultural cuencano de los últimos años, protagonizado en mayor medida por el impulso creador y vital de las nuevas generaciones, el nombre de Mabel Petroff es sobre todo sinónimo de teatro. Ella ha sabido canalizar la energía de su talento hacia proyectos de calidad que hablan de cuanto es posible hacer en esta ciudad cuando se tiene ganas y se cuenta con el karma propicio y preciso para hacerlo.

A sus 27 años, pletórica de energía, talento y una belleza exquisita que resulta difícil no percibir, ha recorrido ya con sus obras algunos países y otras ciudades del Ecuador. Pero es a la vez como una incansable hormiguita que trabaja y que mientras lo hace va planificando nuevos y más audaces proyectos. A continuación nuestro diálogo:

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RAO: ¿Cómo comenzó esa pasión tuya por el teatro?

MP: Yo comencé haciendo teatro tarde, porque la mayoría comienza desde que son niños en realidad, y yo tenía pánico, mucho miedo al escenario. Hasta que más o menos cuando tenía unos 19 años conocí a Diego Carrasco. Él me invitó a trabajar sin que yo tuviera ninguna experiencia. Daba talleres en un centro cultural que tenía mi papi [Iván Petroff], el Demetrio Aguilera Malta. Fue como que por ahí comencé a descubrir lo que era el teatro de verdad, porque siempre nos ponen ese prejuicio de que el teatro tiene que hacer reír, o reírte vos mismo, llorar y cosas así dramáticas. Entonces como tenía ese prejuicio yo decía nunca voy a poder hacer teatro. Y cuando conocí un poco más, cuando vi que el teatro más bien era una forma de conocerse a uno mismo para poder dar al espectador un mensaje, fue cuando en verdad me apasionó.

Fue muy decisivo también cuando vi una obra de teatro de Pilar Tordera, una española, muy buena actriz, que estuvo mucho tiempo en Cuenca. Ay Carmela se llamaba la obra, y cuando la vi dije lo que yo quiero hacer es teatro.

¿A qué pensabas dedicarte antes de eso?

Escogí seguir en la universidad Artes Visuales, que es pintura, escultura, porque ya tenía una necesidad de acercarme al arte; me llamaba la atención trabajar creativamente, utilizar mi creatividad para algo, canalizar lo creativa que podía ser.

¿Y lo hacías ya, pintabas, creabas?

Sí, pintaba, me gustaba la pintura. Era como que estaba en una búsqueda, aprendía a tocar la batería, buscaba entre la música y el arte plástico cosas que después me sirvieron para el teatro, porque de todas maneras en el teatro mientras más cosas aprendas más te van a servir.

¿Estudiaste teatro, entonces?

Lo estudié pero en talleres, no con una escuela de teatro, no académicamente; más bien comienzo a leer cosas que, por ejemplo, el Diego Carrasco me da, de Stanislavsky, de Barba. Comienzo a leer y es cuando me apasiona más descubrir que hay gente tan radical, tan soñadora.

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¿Cuándo te presentas en tu primera obra?, ¿cuándo intervienes en un primer papel del público?

La primera obra que yo hice fue con Diego Carrasco, que se llamaba Yo vine para preguntar, del escritor cubano Ricardo Muñoz Carabaca. Participé en esta obra reemplazando a Monserrat Astudillo, quien salió del grupo y yo entré. Claro que conmigo se hizo un montaje totalmente diferente.

¿Eso significa una ruptura en tu vida, un punto de quiebre? A partir de entonces te replanteas muchas cosas, ¿qué, por ejemplo?

Sí, totalmente. Me replanteo y cambio muchísimas cosas, como por ejemplo mi relación con mi familia misma, el que mis padres acepten que yo haga teatro, porque sea como sea se tiene un prejuicio grande a pesar de que mis padres están muy involucrados con el arte, y mi padre hacía teatro también. Y fue como un shock por los típicos prejuicios de cómo va a vivir, cómo se va a mantener, va a tener que trabajar en otra cosa más para poder hacer lo que quiere. Y no hay tal, porque cuando uno trabaja en verdad en lo que quiere termina siendo recompensado de una u otra forma, y el dinero llega.

¿Cuándo comenzaste a vivir de esto?

Solamente del teatro comencé a vivir desde hace unos tres años. Desde un poco antes de ingresar al Teatro Colectivo Mano3, yo ya vivía del teatro. Vivo con mi madre pero compartimos gastos. Entonces no es que esté viviendo de ella.

¿Alguna obra en especial que haya significado mucho en tu carrera?

Una de las cosas que sí han marcado mi carrera es un monólogo que tengo todavía, que se llama La doble y única mujer, que gracias a Dios me ha llevado hasta de viaje. Con eso me fui a Argentina, me pude presentar en Brasil, en festivales, encuentros; no solamente por el hecho de viajar, que ya es hermoso, pero también por saber si el trabajo funciona en otros lugares que no sean aquí. Lo había presentado en Quito, en Riobamba, pero siempre es como el miedito que da sobre qué pasaría en otro país, porque no son las mismas formas de pensar, otros públicos y otro teatro, y además yo sola. Era el miedo que tenía también, solita contra el mundo. Ese fue un trabajo que en verdad creo que me marcó.

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¿Cómo evalúas la experiencia de tu paso por Mano3?, desde el punto de vista teatral, quiero decir…

[ríe] … claro, aunque todo está ahí mismo. Muy bien, yo creo que con el Mano3 se lograron cosas muy buenas en la ciudad. Una de esas, aparte del trabajo creativo con el que logramos salir, creo que fue la bienal que hicimos. Tiene que tener continuidad, seguirse haciendo porque, si no, no sirve de nada, como muchos otros esfuerzos que se han tenido en la ciudad, como festivales, pero que si son aislados ya no sirven de nada. Si se mantiene como bienal internacional de artes escénicas, organizada por Mano3 o por otro grupo, por la misma Municipalidad, pero que se mantenga con la idea de que es un espacio para Cuenca y para los artistas también.

A veces el problema de estos festivales es que se quiere un espacio para la institución o para que salga el nombre del grupo. Y no es eso. Es también un apoyo a la gente que está haciendo teatro. Muchas veces incluso hay instituciones que organizan festivales y no pagan siquiera a los actores. Entonces ahí sí hablamos de cómo viven los actores, de cómo se transforma eso en una profesión de verdad.

Eso tú lo viste quizá como el trabajo más grande que realizó Mano3, pero también hicieron otras cosas, como el trabajo en el Museo de la Medicina…

Sí, hicimos muchas funciones. De todas maneras se tuvo como un trabajo estable, cosa que es muy difícil en esta ciudad por el público que hay, y por los pocos grupos de trabajo de teatro que hay. Mantener un trabajo de presentaciones y de crear obras, porque en el repertorio de Mano3 había obras infantiles y para público adulto. Se tenía un repertorio de obras que podían ir rotando. Incluso hicimos en noviembre de hace dos años una temporada de un mes entero de presentaciones, de miércoles a sábado, y había gente.

¿Por qué saliste?

Salí por este proyecto de la casa de arte, primero; por cuestiones sentimentales, segundo; pero sobre todo por el proyecto de la casa de arte. Quería como un espacio. Primero estaba el Mano3 dentro de la casa de arte, pero se salió y me quedé yo con la Monserrat Astudillo y el Gabriel Granja.

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¿Cómo fue todo aquello, el proceso de conseguir la casa, de adecuarla?

Lo que queríamos era tener un espacio nuestro y que no fuera tan problemático ir y pedir, que se nos dé enseguida además. Ahí fue cuando me decidí a hacer la casa para tener el espacio para ensayar, porque el actor necesita una disciplina diaria de trabajo. Necesitábamos un espacio para ensayar todos los días, y la casa de arte era una opción. Un día, luego de que la Monse se vino acá a Cuenca tras haber estudiado en Quito junto al Malayerba, nos reunimos y conversamos sobre todos nuestros proyectos y sueños. El típico sueño de un teatrero es tener una casa de arte en la que pueda hacer su trabajo. Ahí fue cuando dijimos hagamos realidad lo que estamos pensando. Y, bueno, con el Gabriel que es actor también, y pareja de la Monserrat, decidimos ponernos a buscar una casa para alquilar, un esfuerzo privado, préstamos, es decir era ya una inversión que teníamos que hacer y un riesgo. Sigue siéndolo porque estamos endeudados, todavía necesitamos conseguir todo lo que hemos invertido, pero más que nada el proceso fue como muy rápido, y muy del corazón. Queremos tener este espacio del café teatro, que es más o menos lo que va a solventar el trabajo de toda la casa. Los espacios para talleres para niños, jóvenes, adultos, y el que queremos adecuar, que es el de la salita de teatro, más o menos para 50 personas.

Según he percibido les ha ido bien, pero también hay que considerar que Cuenca suele ser novelera…

Sí, esperamos que no sea solo por eso que la gente está viniendo, pero yo creo que también Cuenca necesita un espacio así. No ha habido en Cuenca un espacio como éste, no solo de arte sino de teatro más que nada, de artes escénicas. Si bien la Casa de la Cultura ha intentado tener un espacio, La Pájara Pinta también, pero una casa de arte, privada además, que traiga grupos de Quito e internacionales también, es algo que no se ha dado. Hay que hacerle entender a la gente que este espacio solamente va a poder seguir si es que la gente viene. El teatro va a existir si es que la gente merece tener teatro, danza, pintura igual. Si es que hay público para eso, va a existir; si no lo hay, la mayoría de actores se va a ir a Quito, Argentina, España, no sé.

¿Será cierto que la gente viene al café para ver a las locas «de atar» que lo atienden disfrazadas?

[ríe] esa no me la sabía, esa no me la sabía… Teníamos un montón de nombres: Morgana, el nombre de una bruja, pero el Gabriel no quiso porque de pronto la energía de la casa, y De Atar porque de pronto el proyecto es en verdad enorme y no teníamos idea del sacrificio que iba a ser. Todavía no teníamos idea de la dimensión del proyecto. Entonces dijimos, pongámosle De Atar, por locos de atar en verdad. Además que a los artistas la mayoría de la gente les llama así.

¿Has pensado incursionar en otras facetas de la actuación, quizá en lo fílmico?, aunque entiendo que tienes ya alguna experiencia en ello.

Sí, bueno, la Monse más que yo, pero ahora más bien he estado incursionando en el clown, que es algo que yo no manejo. Y ahora que vino el Cacho Gallegos decidí también meterme en esos campos que no había explorado. Con Guido Navarro estamos haciendo un taller de bufón, cosas que en verdad son medio difíciles de tener en Cuenca, y hay que aprovechar cuando está aquí gente que puede darnos un poquito de lo que sabe, y quienes hacemos teatro no podemos perderlo.

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A nivel de público, ¿cuál te ha sido más o menos grato: el cuencano, el de las otras ciudades, países? A veces hay públicos más difíciles que otros.

Sí, hay públicos más difíciles que otros, hay funciones más difíciles que otras, no mejores ni peores pero diferentes en realidad. La mayoría de veces que he tenido como más miedo de actuar, ha sido cuando son funciones para directores o actores de teatro. Son como las funciones más difíciles, porque no van a juzgar solamente lo emocional de la obra o lo que uno quiere decir, sino también técnicamente. Pero a mí se me pasó ya ese miedo cuando la primera presentación que tuve en Argentina, para actores y directores de Buenos Aires. Ya en ese momento me dije no puedo tener ese miedo, porque si no qué estoy haciendo, para qué estoy actuando, o qué de verdad es para mí la actuación: si es mentirle a esta gente para que me juzgue. No, no es eso. Quiero tratarles igual que trato al resto de gente a quien le doy lo que hago. Entonces ese rato se me quitó el miedo, y creo que me sentí muy bien en esa función.

Como actriz es obvio que sí, pero como Mabel ¿te identificas con la doble y única mujer, con sus facetas, con su doble faceta?

Más que identificarme, hay momentos que siento que estoy llegando a un puntito cerca de ella como Mabel. Los momentos de miedo, los momentos de dolor que he tenido en mi vida, he sentido que estoy cerca en verdad de ella…

¿Reflexionas sobre eso?

Sí, sí reflexiono sobre eso, pero lo que pasa es que la preparación de ese personaje es una preparación ritual, y entonces hay muchos canales que sí me hacen encontrar conmigo misma, con Mabel y con mis múltiples formas de ver la vida, no solamente hacia un lado sino hacia varios lados como ve la doble mujer, que tiene dos frentes. Es como un canal también, para verme a mí misma y para ver a la gente.

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¿Cómo es la Mabel cotidiana, la del hogar, qué hace?

Creo que es juguetona. Además que tengo un hermano adolescente y me gusta mucho jugar con él. Sí creo que soy muy juguetona con mi madre, con mi hermano, con mi padre, con mi otro hermanito chiquito que tuve recién. Tengo una hermana que está viviendo en Buenos Aires, a quien visité ahora que estuve allá. Creo que soy muy sensible, a veces demasiado…Me da iras eso [sonríe]. Y una cosa importante es que estoy muy contenta con lo que soy y con lo que hago. Si bien tengo momentos de rabia, de dolor, de frustración porque no sale todo como quisiera; de sentir que estoy cansada porque hago muchos esfuerzos, y que estoy estresada a veces, pero siento que estoy feliz con lo que hago, que no cambiaría la vida que tengo con nadie. Todavía tengo muchas metas, quiero hacer muchas cosas pero no la cambiaría con la de otro. La haría mejor.

¿Lecturas?

Estoy leyendo un libro de Fernando Pessoa que se llama El Libro del Desasosiego.

¿De qué manera crees que haber crecido en el hogar del escritor Iván Petroff, tu padre, y de Ana Lucía Montesinos, tu madre, influyó en ti?

Influyó muchísimo. De hecho mis padres han influido muchísimo en mí, porque siempre he visto en ellos la necesidad de crear. Desde que yo era muy chiquita mi padre siempre me fotografiaba, y ya como que sentía que era importante para él, y eso creo que es muy importante para un niño, sentirse bien con lo que uno es. Igual a mi mami siempre la veía leyendo. Ella es una lectora impresionante, fabulosa, obsesiva a veces. Cuando mi padre me dedicaba un poema para mí era maravilloso, a pesar de ser niña. O cuando me enseñaba a recitar para el colegio, para leer, que me encantaba, y ganar concursos de lectura. Pienso que siempre influyen los padres en los niños. A veces no tienen nada que ver con el arte, pero la forma en que tratan a un niño sí influye en lo que quiere ser.

10 COSAS QUE (creo) NO SABEN DE MÍ:

  • Cuando tenía cuatro años no entendía cómo era que Papá Noel se llevaba al cielo los juguetes que mis padres compraban para navidad, no entendía tanta burocracia y un día le dejé en el patio una moneda para que se la lleve y se la regale a un niño que me gustaba, y esperé y esperé y esperé y al día siguiente me compre caramelos y dudé mucho de ese señor gordito.
  • Desde los 5 años que entré en el conservatorio me paraba de puntitas de pie para danzar todo el tiempo, TODO el tiempo, en el baño, en mi cuarto en la calle incluso mientras dormía movía mis pies como si danzara en puntitas, me soñaba con tutu, es el secreto de mis pies hiperflexibles.
  • No sabía cómo defenderme y un niño me golpeaba todos los días en recreo, hasta que mi hermana tres años menor a mí le dio una paliza y volví a disfrutar la vida gracias a sus puños.
  • Cuando tenía 16 años quería ser enfermera.
  • Estudié físico matemático porque me decían que las matemáticas no eran lo mío (Testadura a morir).
  • A los 17 quería ser monja misionera.
  • Cuando hice mi primera obra de teatro me dijo un gran amigo actor que yo debía ser bailarina y no actriz pues mi trabajo vocal era deficiente, entonces tomé todos los cursos y talleres de voz y dicción que pude y odiaba que me pregunten si soy bailarina; ese odio me acompañó hasta hace muy poco tiempo que me di cuenta que amo danzar tanto como actuar.
  • Cuando tenía 18 años quería ser guerrillera.
  • Me gusta Chayanne y canto todas sus canciones en karaokes de mala muerte.
  • A los 19 años quería ser como Van Gogh y cortarme una oreja; por suerte mis maestros de arte canalizaron mi ímpetu.

                                            

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¿Planes más personales, familiares?

¿Qué, a qué te refieres, matrimonio…? Ahorita estoy con un artista plástico que se llama Manolo Salgado. Sí me siento muy bien con él. Tenemos planes de viajar juntos, de hacer cosas juntos, porque nos sentimos muy involucrados, no solo sentimentalmente sino intelectualmente, con las cosas que pensamos creativamente. Queremos trabajar como grupo, aunque no como un grupo de teatro ni de artistas plásticos, pero sí en conjunto, hacer muchas cosas. Estamos muy sintonizados. [Mabel se casó años más tarde con el actor mexicano Bruno Castillo, con quien reside y trabaja de forma conjunta en ese país, alternando con estancias breves en Cuenca, para dictar talleres, hacer presentaciones de sus obras, y visitar a familiares y amigos]

¿Qué otro tipo de planes tienes aparte de esa locura de la casa de arte?

La casa de arte es un proyecto de producción, y sí me encanta que vengan grupos, recibir talleres, pero no es ese mi objetivo como artista. Más allá de traer otros grupos yo quiero producir mi propio trabajo. Ahora que ya la casa está un poco más estable quiero retomar mi trabajo del monólogo, porque quiero ir a algunos festivales con esa obra que no creo que se haya agotado. Quiero que viaje más, que se vea en más lugares, y además seguir trabajando en el proceso porque a lo mejor hay cosas que irán mejorando. Siempre uno está aprendiendo y no tiene porqué cerrarse con el trabajo.

Cuenca, Ecuador, 2004-2014